Mensual

Un verano normal

Si, hace un año que no publicamos. Sí, la vida nos come.

Tenía escrito un post hablando de que ya no hago tantas fotos, que vivimos saturados de imágenes, que nuestras retinas pasan por encima de otro post más como si fuese la nada… Lo he borrado.

Es verano, acabo de revelar dos carretes. He pasado unas vacaciones tranquilas y creo que mis fotos también son tranquilas. Ahora se le llama “slow life”. En realidad debería ser “regular life”.

"Ay bebé, qué insoportable el ser"

Estoy cansada.

Un cansancio que no descansa, que no se cura durmiendo. Que se ha instalado en los músculos, en los pensamientos, en los “ya lo haré mañana”.

Y lo peor es que ya ni me sorprende.

Vivir así se ha vuelto costumbre. Hacerlo todo con el piloto automático, con dolor, con sueño, con ansiedad y cumplir aunque el cuerpo diga basta.

No es fuerza. Es inercia. No sé ni cómo sigo funcionando siempre cansada, tirando de reservas. Con el cuerpo agotado y la mente en mínimos, pero aun así, cumpliendo mucho mas de lo que el sistema se merece.

Firmado: alguien que aún no ha hecho vacaciones y recuerda Sicilia con nostalgia..

Fantasmas creativos

Cuando quiero activar la creatividad me viene bien hacer una lista de las cosas que más me gustan y empezar a tirar de los hilos invisibles que salen para ver a dónde me llevan. Después ya meto la fotografía, la escritura, el collage o lo que me dé la gana para empezar a bajar a tierra lo que sea que me esté pasando por la cabeza.

Este está siendo un verano de introspección, de naturaleza, de castillos y, sobre todo, de fantasmas. A mí los fantasmas siempre me han gustado, desde que era pequeña; cuando pienso en ellos o cuando alguien me cuenta una buena historia de espíritus me entra una emoción máxima mezclada con un miedo aterrador y es una sensación extrañamente placentera.

Así que para hacer este post, tiro de los fantasmas, de los que me han estado rodeando últimamente, de los que me persiguen desde hace años, de los que aparecen un ratito y nunca más se dejan ver y de aquellos que deciden que mi salón en un buen sitio para vivir. Señoras nonagenarias que flotan en mi casa porque se encariñan de mis gatos y les gusta mi cepillo de dientes eléctrico, por favor, márchense a Escocia, que allí la temperatura es mejor y tienen multitud de muertitos vivientes que les harán buena compañía.

Hábitos reconstruídos

Me he dado cuenta que cuando mejor escribo, es cuando paseo. Lo malo es que nunca llevo una libreta encima, así que cuando llego a casa, ya no me acuerdo. Debería hacer caso a los consejos y empezar a usar la grabadora del teléfono. Nunca lo hago porque me da miedo que la gente piense que hablo sólo. Pienso esto mientras me cruzo con una persona hablando por sus airpods.

Llevaba meses sin sentarme en el ordenador en silencio a escribir. Normalmente siempre hay ruido: o la TV, o un podcast, o un directo de Twitch. Que siempre parezca que hay más gente en la casa. Consumir como hábito. Justo lo contrario que esto, un hábito que ya no hago.

¿Y sabéis otra cosa que ya no hago? Salir a hacer fotos. ¿La cámara? Con ella a todas partes. Mi cuello ya ha dado cuenta y se queja a menudo. ¿Usarla? Más bien es un complemento.

Parece que no tiene nada que ver, pero Chantal ha sacado un libro. El libro. Es tan personal, es tan lo que debería ser la fotografía, que el golpe me ha hecho reaccionar. Sergio, ¿a qué has dedicado este año?

He vuelto a revelar. He perdido un carrete por abusar del revelador. He aceptado la pérdida como parte del proceso. He salido a hacer fotos sin pretensiones, sólo por el placer de salir. He vuelto a hacer fotos de todo. Todas son un poco personales. No creo que den para libro, pero hay que empezar por algún lado: reconstruyendo el hábito.

Sueños para el autoconocimiento

Me niego a hablar del invierno cuando la última vez que escribimos aquí hacía calor porque estábamos en agosto. Así que decido escribir sobre los sueños, que es un tema que me tiene en vilo porque me parece algo mágico y muchas veces inexplicable.

Últimamente sueño cosas extrañas y, cuando me despierto, apunto en un cuaderno los detalles de los que me acuerdo para ver qué es lo que me quiere decir mi cerebro. Hoy he soñado con una mujer que llevaba un collar de peces rojos, con una familia de jirafas y con la sabana africana. He soñado con gatos que saltaban sobre los tejados, con dientes desperdigados por el suelo y con un libro de conjuros. Hoy he soñado con viajes a lugares lejanos y con un mensaje escrito en un idioma que no sabría identificar.

¿Cómo puedo soñar con todas estas cosas en una sola noche? Supongo que hay algo latente en lo más profundo de mi cabeza que lucha por salir a la superficie.

La desilusión hecha contenido

Compré un carrete muy caducado. Caducadísimo en 2007. Ya había disparado carretes de esa época y siempre me había encantado el resultado, así que por qué no probar uno de esos Agfacolor. Sólo había que dispararlo a ISO50.

Total, la vida está para experimentar. Llévatelo de vacaciones a un sitio que ya conoces. Y si no sale, tampoco te pierdes nada. Aggg, malditos pensamientos.

24 fotos después, me había hecho hasta ilusiones pensando lo que había encontrado por el camino. No me acordaba de lo pocho que podía estar. Y lo estaba.

¿Qué hacer con esa desilución? Pues lo que hace hoy en día todo el mundo: “crear contenido”.

PD: No compré uno sino dos y ahora no sé que hacer con el segundo.

Un hambre nueva

Ya desde pequeño a Rodrigo le gustaba observar a la gente en la calle mientras hacían sus cosas. Cómo se afanaban en lo cotidiano con esa marea de emociones que viene y va, día tras día. Les miraba con una curiosidad sana y tierna. 

Sólo le causaban rechazo los adolescentes, porque siempre iban con cara de tragar dolor a escondidas y merodeaban exhibiendo su pesar a plena luz del día, sin pudor alguno. Se les notaba a la legua que eran apátridas en tierra nueva, nostálgicos perdidos expulsados de algún lugar para el que no encontraban camino de regreso. Para colmo, cuando se cruzaba con alguno, siempre le miraban a los ojos  envidiando su candidez. 

Percibía cierta advertencia en esas miradas. 

Años más tarde entendió que le estaban diciendo que corriera, que huyese. No por amenaza sino por advertencia. Lógicamente Rodrigo no entendió realmente la trascendencia de esos mensajes hasta que ya fue demasiado tarde y se dio de bruces con los 14 años. Después pasó a engrosar la fila de criaturas púberes que se arrastraban por las calles advirtiendo a chiquillos con sus ojos desorbitados. Nada nuevo bajo el sol. 

Para colmo y alevosía, a los 15 comenzó a leer algunos clásicos como Penas del joven Werther o El lobo estepario. Como no podía ser de otra manera, ese egocentrismo juvenil característico que sitúa a todo adolescente por encima del bien y del mal lo empujaba a mirar al mundo con más hastío y desdeño todavía. En realidad tanto rechazo al entorno no era más un caparazoncito de concha blanda, pero la cuestión es que Rodrigo se lo creyó a pies juntillas. 

Afortunadamente fue otro libro el que le hizo dar un giro inesperado y volver a mirar a la gente con ternura: "Lestat el vampiro". Un día, leyendo en un banco de una concurrida calle, empezó a mirar a la gente y comenzó a asombrarse por la belleza que desprendían desde su anonimato e ignorancia de sí mismos.

Se le despertó un nuevo tipo de hambre. Un hambre de vida. Se dio cuenta de que rondar a la gente desde la ternura y la fascinación le nutría y reconciliaba. Era como contemplar un juguete único, antiquísimo y frágil. Era precisamente esa fragilidad lo que más maravillaba a Rodrigo. 

Pasó también de querer salir en todas las fotos familiares, a ser quien las hiciera. Con la fotografía encontró una manera fácil de acercarse a la gente, de rondarla y admirarla, de gruñirla de hambre, de dejarse seducir.

El mes del reposo

Pensando en lo que voy a escribir en este post, compruebo, no sin tristeza, que este año no he hecho ni una foto analógica. Ni una. No puedo creer que hayan pasado más de ocho meses desde que abrí un carrete y lo cargué en la cámara. Pienso en qué ha podido pasar(me). Y me excuso diciendo en alto que en 2024 el tiempo ha volado y me ha traído hasta aquí sin darme cuenta.

Agosto es un buen mes para hacer propósitos de curso nuevo. Los escribo despacito, sin cansarme, porque agosto también es el mes del reposo, en el que una toma fuerzas. Y mi lista, que aún no está completa, dice:

  • Hacer más fotos analógicas.

  • Utilizar las fotos analógicas como base para crear cosas nuevas.

  • Usar menos el móvil.

  • Mirar más y mejor.

  • Recuperar fotos que se han quedado guardadas en una carpeta de mi disco duro.

Veladuras contra el tedio

Se veía venir, lo reconozco. Mi pequeña Olympus LT-1 lleva mucho trote, me ha acompañado en todos mis viajes desde hace cuatro años, ha estado en playas, en montañas, en festivales… fiel compañera, cuánto me has dado. No puedo reprocharte, porque es culpa de mi falta de cuidado, que el arrastre automático ya no te funcione y me las tenga que ver y desear para rebobinar los carretes a oscuras.

Reconozco también que me gusta jugar y tampoco soy especialmente cuidadosa buscando la total oscuridad en el proceso. Y así, tengo mis dos últimos carretes velados. No totalmente velados, sí lo justo para que algunas fotos sean un borrón de luz y figuras indistinguibles, pero también lo justo para que muchas fotos tengan esa magia de lo impredecible que las hace únicas.

De vuelta al tedio de la rutina esas veladuras me devuelven la energía de vivir, porque lo digo siempre, para esto sigo disparando en analógico, para ver un poco el mundo arder, aunque sea a través de una fuga de luz.

Se nota

-Hoy no me he peinado

-Se nota

-Y tú, ¿Te has peinado hoy?

-Claro, me han peinado esta mañana.

-Se nota

De las pocas fotos de mi infancia  que hay en casa de mi abuela se puede observar la cantidad de peinados horteras propios de los 90s que me hacía. “Tothom em parava pel carrer del cabell que tenies” y no me extraña, la verdad. Ya más adelante, en la primaria, tengo recuerdos de peinarla yo a ella, pero no con gusto sinó como un acto perverso de venganza. Entonces yo decía que iba a ser peluquera muy firmemente.

Hoy ni soy peluquera, a duras penas me peino y llevo años intentando aprender a hacerme unas trenzas boxeadoras sin éxito aunque ya da igual porque me he cortado el pelo como Lord Farquaad y además ya no nos podremos volver a peinar la una a la otra.