Invocando a las garzas

Llevamos 2 días viviendo en el paraíso: una casa estupenda, en una isla increíble y un tiempo inmejorable. En la habitación, había una bañera en mitad. No la estábamos usando y me daba rabia dejarla desaprovechada. Fue la primera vez que he buscado una foto seria usándome de modelo. Retorciendome en la bañera, con el disparador, buscaba algo aceptable.

Hasta que junto a la bañera me fije en los flamencos.

Día 3. 7:15 de la mañana. Un pájaro había cantado todos los días sobre nuestra cabaña alegrándose de que salía el sol. Nosotros no tanto. El tercer día, completamente enajenado, decido que por lo menos voy a dispararle figuradamente con la cámara. Allí estaba, el pequeño mal nacido, tan contento. Esa foto está en este otro post, pero la historia continúa. Había salido tan rápido que no llevaba calzado.

7:30 de la mañana, seguramente ya he despertado a mis compañeros de habitación, pero no quiero volver y cerciorarme de ellos. Así que descalzo, porque sólo me habría preocupado de coger la cámara, decido hacer tiempo en la playa.

Y aquí estaba ella:

No soy supersticioso, pero benditas casualidades. Como si lo hubiera invocado, había pasado de fotografía una “garza”, a tenerla delante.

Marea baja, mar en calma. Durante más de media hora caminamos en paralelo vigilándonos. Cuando emprendió su camino de vuelta, yo emprendí el mío hacia casa.

14 horas después, con un par de micheladas en el cuerpo, les dije a mis compañeros que me apetecía un rato mirando las estrellas. Y allí estaba esperándome.

Es de esos momentos en los que me alegro de llevar siempre una cámara conmigo.

Donde los recuerdos se desvanecen

Un ser de verano

Vengo aquí con poca inspiración pero con ganas de enseñar algunas fotos. Por eso, le pido amablemente a Chat GPT que me dé ideas para un texto sobre el frío y el hielo. La máquina se pone a hacer una disertación sobre el origen de los glaciares y yo me aburro soberanamente después de leer las dos primeras frases. Así que decido no copiar nada y escribir sobre cómo me siento ahora mismo.

Me siento nerviosa por todo lo que está pasando y todo lo que queda por pasar. Me siento a gusto en casa, porque miro al horizonte y veo dos gatos dormitando en el sofá. Me siento frustrada con Chat GPT y contenta con las fotos que hice en Argentina. Me siento con ganas de escribir sobre mi relación con el hielo.

Yo antes era una mujer de frío y según me he ido haciendo mayor me he convertido en un ser de verano —no, no soy fan de los cuarenta grados de Madrid en agosto, lo que me gustan son los julios de Estepona, con sus noches llenas de viento fresco—. Aún así, el hielo tiene algo que me hipnotiza, todavía más cuando tiene un tamaño descomunal, grande como una isla, enorme como un océano.

Cosiendo pensamientos

Conduzco por la carretera. Carretera que no conozco. Conozco solo el coche. Coche que es mi refugio. Refugio de la lluvia. Lluvia que no cesa. Cesa el ruido. Ruido que me aturde. Aturde la niebla. Niebla que me envuelve. Envuelve el frío. Frío que me cala. Cala el vacío. Vacío que me llena. Llena la cámara. Cámara que es mi arma. Arma que dispara. Dispara fotos. Fotos que no veo. Veo solo el camino. Camino que no tiene fin. Fin que no espero. Espero solo el olvido. Olvido que no llega. Llega el cruce. Cruce que no elijo. Elijo solo seguir. Seguir conduciendo. Conduciendo hasta el final. Final que no sé. Sé solo que hago la última foto. Foto que no me importa. Importa solo el instante. Instante que se acaba.... 

El niño miraba atentamente a su padre. Conducía mirando fijamente la carretera pero tenía los ojos perdidos. A veces hacía fotos a través del cristal, sin parar de conducir. Disparaba la cámara como si al hacerlo fuera capaz de gruñir al oído de lo que fotografiaba.

... Cesa el ruido. Ruido del motor. Motor que avanza. Avanza sin rumbo. Rumbo incierto. Incierto destino. Destino desconocido. Desconocido pero decidido. Decidido a seguir. Seguir adelante. Adelante, sin parar. Parar el tiempo. Tiempo que se escapa. Escapa entre los dedos. Dedos fríos en el volante. Volante que guía. Guía mi camino. Camino sin fin. Fin incierto. Incierto futuro. Futuro desconocido. Desconocido pero no temido. Temido solo el vacío. Vacío que me llena. Llena la mente. Mente confusa. Confusa pero firme. Firme en mi camino. Camino que continua. Continua sin final. Final que no importa. Importa el viaje. Viaje interminable. Interminable como esta carretera. Carretera que se desvanece. Desvanece en la noche. Noche eterna. Eterna como mis pensamientos. Pensamientos que van y vienen. Vienen y se van. Se van como las luces. Luces que parpadean. Parpadean en la distancia. Distancia que se acorta. Acorta mi respiración. Respiración agitada. Agitada pero decidida. Decidida a seguir. Seguir adelante.

El niño miraba a su padre. Estaba raro. El padre miraba de vez en cuando a su hijo y sonreía. Pero seguía estando raro. Al cabo de un rato decidió despreocuparse y quedarse dormido.

A fin de cuentas estaba con su padre. Fuera estaba lloviendo y hacía frío. Pero él estaba con su padre. No había nada de qué preocuparse.

Ayamonte is home

They are not, but some places just feel like home. I told you one year ago, and I will tell you again soon.

Shot with a Zeiss 50mm and a Santa100. Not quite happy with the shadows, but still <3

Recuerdos de Oporto

He cogido un lápiz y he empezado a marcar en el mapa de esta ciudad la trayectoria de todos los sitios en los que estuvimos juntos. El dibujo resultante es una serpiente larga y sinuosa, un laberinto enredado de lugares oscuros y malolientes. Te recuerdo siempre de noche, como si no hubiéramos coincidido ninguna mañana, como si estuvieras asociado a las estrellas y a las noches de calor. Y al reducir tu recuerdo a un trazo vacilante en un mapa de papel todo se vuelve más ligero, más brillante, menos doloroso. Bucear en la memoria siempre ha sido y será una de mis actividades favoritas.

De huérfanas y reflejos

Hay palabras que se sienten un poco huérfanas de imágenes. Apetece contar algo y uno no se sabe qué exactamente.

Rescatando fotos de hace la tira de años me encuentro con estos juegos de superposición. Fotografiar reflejos era mi primera manera de romper el hielo antes de sentirme preparado para disparar a alguien en su cara. Y siempre me gustó esos espacios improvisados y espontáneos que se crean a base de unir dos escenarios en una sola superficie. Tienen algo que a priori cuesta explicar y por ello te quedas con la mirada perdida, sin observar nada concreto y descansando los ojos.

La foto la completas tú cuando, con un sutil bizqueo, separas lo que ves con tu ojo izquierdo de tu ojo derecho, añadiendo un plano más. 

Hoy no me siento especialmente narrador, así que callo y dejo que estas imágenes se queden un poco huérfanas de palabras. 

Bañadas por el Tirreno

- Este tren va a Roma

- ¿Cómo va a ir a Roma?

- Mira, destino Roma.

- ¿Y cómo cruza el mar?

Nos quedamos pensando un rato. Por la ventana del tren el agua brilla como una piedra preciosa. Hemos cogido el tren sin desayunar, algo resacosas tras una noche de recorrer Palermo de arriba a abajo, Campari Spitz en mano.

La mujer del asiento de en frente saca de una de sus múltiples bolsas una bolsa de panecillos. Observamos la maniobra como dos perrillos hambrientos. La mujer debe ser consiente porque insiste en ofrecernos uno de esos panecillos. Lo rechazamos de primeras, por cortesía, porque en el fondo nos morimos por probarlos. Ella insiste y acabamos aceptando.

El panecillo sabe a gloria y la amabilidad de esta mujer siciliana nos llena el corazón.

- Pregúntale como llega el barco a Roma.

- Me muero de vergüenza. Habrá un túnel o un puente. Va a pensar que somos idiotas.

El tren va llegando a nuestra parada e intercambiamos una pequeña conversación con la mujer de los panecillos. Antes de bajarnos me atrevo a preguntarle.

- Suben el tren a un ferry. Un ferry con una vía de tren dentro - contesta con total normalidad.

Qué milagro la ingeniería, qué milagro la amabilidad de algunos desconocidos.

Qué milagro pasar un miércoles de octubre con tu amiga, bañadas por el Tirreno.